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Cada hombre tiene una misión. Un propósito que le llama la atención más que cualquier otro. Un llamado que sacude sus pasiones y lo abruma de deseo. Algo que quiere–y sabe– que puede lograr. 

Pero hacemos lo posible por no perseguir esa misión.  

¿Y qué hacemos mientras? Nos saboteamos con porquerías. Borracheras, drogas, dramas, redes, relaciones tóxicas, trabajos que pretendemos que nos gustan, infidelidades. Cosas que nos dan de qué hablar con personas envueltas en eso mismo. Distracciones que solo usamos como mecanismos para evadir la realidad. 

La realidad es que encontrar, y dedicarnos, a nuestra misión es lo que más nos da miedo. Es más gratificante a corto plazo perdernos en las distracciones. Por eso inyectamos nuestro cerebro de dopamina. Perseguimos ese aire de aventura que nos dan las distracciones. Esa libertad que nos da un jale de cigarrillo, una cerveza un lunes, una nueva conquista sexual.  

En el mundo moderno, donde no tenemos que probar nuestra masculinidad por medio de la sobrevivencia canalizamos ese superávit de energía persiguiendo mujeres. Ese drive es sano y es sello de ser hombre. Pero para muchos, se vuelve la distracción más severa de todas. Especialmente cuando ya tienes pareja.

Mantener una infidelidad requiere concentración, destreza táctica, y tiempo. Es una pesadilla logística. Se puede volver tan exigente cómo dirigir una empresa. Todo este esfuerzo suma lo que es para muchos hombres es “la gran distracción”. 

Yo creo que la principal razón por la cual los hombres somos infieles es porque la usamos como distracción para huirle a nuestra misión. Corretear mujeres nos da una sensación de triunfo rudimentaria. Pero cuando la nueva conquista cae rendida en nuestros brazos nos sorprende un knock knock en la puerta. No, no es su marido. Es nuestro viejo amigo el vacío. Quien nos acompaña en todas nuestras escapadas. 

El cabrón nos toma de la mano y nos promete nuevas aventuras, experiencias, y placeres que vamos a poder disfrutar. Allí es donde la búsqueda empieza de nuevo. ¿Y nuestra misión? Mañana. 

Nuestra misión es la dama más difícil de conseguir. Pero es la única que vale la pena. Es la doncella entre todas esas rameras que solo le dan una pizca de felicidad a nuestras noches. Es la mujer hermosa y digna con la que en realidad queremos estar. Pero no la cortejamos. Con ella estamos dispuestos a rendirnos mientras que con las otras ponemos en riesgo nuestro matrimonio y hasta sanidad. 

No la perseguimos porque tenemos miedo. Con ella, nos vence la resistencia. Resistencia es el nombre que le dio el autor Steven Pressfield a la fuerza interior que nos hace evadir lo que en realidad tenemos que hacer para estar completos a largo plazo. La resistencia es como un imán que nos jala hacia el confort, la mediocridad, y las distracciones. Y nos aleja de nuestra misión.

Resistimos buscar a la dama que en verdad queremos por dedicar nuestras energías a las que no valen la pena. Solo porque las que no valen la pena nos dan más garantías. Nos tomamos a la primera ramera que se nos avienta al verdadero amor de nuestras vidas simplemente porque es más fácil.  

Esa dama es nuestra misión. Nuestro gran objetivo que no nos atrevemos a perseguir. Y lo despilfarramos con búsquedas sin sentido. Es difícil decirle no al placer momentáneo. Pero lo tenemos que hacer. Y sufrir lo que haya que sufrir. Porque es mejor sufrir por falta que por saciedad. Donde hay falta hay ganas de empujar. De vencer. De cortejar a esa furtiva doncella. Y con suficiente constancia ella será tuya. Así como el mundo.  

La doncella–tu gran misión–quedará rendida ante tus pies y con ella a tu lado nunca volverás a ir en busca de otra. Porque habrás encontrado la verdadera felicidad y el amor de tu vida. Uno que jamás te abandonara porque es tuyo. El propósito que hace que tu vida sea algo más que una estadía en la tierra. 

Ah. Y cuando seas el tipo de hombre que persiga su misión cualquier mujer quedará rendida ante tus pies. Porque las mujeres buscan a hombres que corretean su misión y no a ellas.  

Lectura recomendada: War of Art de Steven Pressfield.

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