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Cuando Joan Harris se bajó de un bus proveniente de su pueblo en Michigan a la protesta en contra de la prohibición del LSD en San Francisco, California, ella supo que estaba en el ojo del anti-establecimiento. Esto fue en el 67. Cuando los hippies eran la antítesis a los bien peinados 50s. “Que bien estar aquí” pensó, reunidos en contra de la conformidad. En contra de lo que creían sus padres, sus profesores, las corporaciones, el gobierno, y la autoridad. Que belleza es ser joven y estar de ese lado. 

Atraída a la ciudad por su “extraña vibración” y con flores en su cabello rubio Joan sentía que todo es posible. La energía era palpable. El tipo de energía que solo sientes cuando estás rompiendo las reglas. El mundo era de ella. De ellos. De los soñadores que estaban en el parque del Golden Gate aquel invierno californiano. “El mundo está cambiando, y somos la punta de lanza” pensó Joan. 

Lo mismo pensó Rodrigo Pérez cuando la eucaristía en la iglesia Redentora de Dios llegaba a su fin. Era un domingo justo antes de la navidad del 2019. Entre cabelleras blancas se encuentra sentado Rodrigo. Un joven atlético de 26 años de edad.  

Rodrigo no proviene de una familia expresamente religiosa, pero cuando estaba pasando por la convulsión de sus 20s decidió refugiarse en un lugar poco común para sus contemporáneos. La iglesia católica. Como muchos jóvenes, Rodrigo estaba pasando por momentos complicados y buscaba asilo. “Cuando mi padre se murió, y poco después me termino mi novia sentí una necesidad de buscar un lugar para calmar mis dudas. Probé drogas, alcohol, etc. Pero quería algo que me hiciera sentir bien sin dejarme una goma.”  

“Ah, y por cierto, me habían hablado sobre las chicas aquí” comenta Rodrigo con una sonrisa. “Por eso decidí venir. Se volvió un hábito. Y aquí estoy. Igual que el domingo anterior. “No, no he conocido a muchas de las chicas” ríe Rodrigo. “Sigo soltero”. “Pero ahora sé que es lo que busco en mi pareja. Y no voy a dedicarle mi tiempo y energía si no lo cumple. Hay que escoger bien y no solo dejarse llevar por lo físico, sino por el interior. Creo que esto aplica para todo en la vida.”  

Rodrigo, con su cabello bien peinado, su polo Brooks Brothers color navy, reloj de cuero marrón y jeans de diseñador se ha vuelto la contracultura sin darse cuenta. “Tiene sentido” dice Rodrigo. Y me gusta. Me gusta ser diferente. Siempre me he considerado así. Soy hijo de inmigrantes y desde que era niño sentí esa diferencia. Me siento un poco diferente aquí también, hay pocas personas de mi edad.”  

Entre su grupo de amigos asistir a la iglesia y estudiar la Biblia se siente como un acto de rebeldía. Al agregar que fue a la iglesia a su respuesta de “¿Qué hiciste este fin?” lo miran con cara de incredulidad.  Algunos hasta lo toman como broma. “Es normal” dice Rodrigo. “Yo a mis 16 estaba sobrepeso y me inscribí al gimnasio. Todos me miraban así cuando empecé a entrenar. No era característico de mi personalidad.”  

“Jamás en la vida pensé que ir a iglesia un domingo en la mañana se volvería un acto de rebeldía”, dice con una sonrisa Rodrigo. Pero los tiempos cambian. Con un porcentaje de adherentes en descenso y una narrativa pública no muy favorable, la iglesia es cada vez menos el lugar donde los jóvenes se buscan a sí mismos. Los valores cristianos que dominaban el espacio público de occidente durante los últimos siglos, hoy están confinados a los muros de las iglesias y a los hogares de unas cuantas familias. Son pocas las figuras públicas que los mantienen y aún menos las seguidas por los jóvenes.  

El mensaje a los jóvenes hoy es: disfruta el momento al máximo, diviértete, participa en los movimientos sociales y políticos, haz tu opinión valer. “Creo que hay espacio para todo eso” dice Rodrigo. “Pero siempre tiene que quedar algo para Dios. Tenerlo presente nos puede traer mucha alegría. Siento que la espiritualidad se ha quedado atrás. Pero creo que eso va a cambiar. Muchos jóvenes se están dando cuenta que el ingrediente que falta en sus vidas–el de significado–no se encuentra en un viaje distante o en vivir la vida al máximo. Sino en su interior. Y la iglesia los puede guiar hacia esa dirección.”  

 “Yo no me considero políticamente conservador” dice Rodrigo. “Es más, la última vez que voté, me incliné por un candidato progresivo. Pienso que escoger una “dirección” política o social y ajustar todos tus puntos de vista a esa dirección no es inteligente. Causa que tengamos un discurso a medias. Que si soy religioso tengo que votar así, y si no entonces asa. Eso no tiene sentido. Yo tengo mis convicciones. Y si algunas de esas se alinean a una tendencia política y otras a otra tendencia, eso está bien. Yo voto por el candidato que me hace más sentido”.  

El punto es tomar decisiones desde tu punto de vista y experiencia. No por lo que hagan las personas en tu círculo. Es lo mismo con la iglesia. Yo no vine aquí porque me obligaron. Me llamo la atención y aquí estoy. Me quede no por presión sino porque me gusto. Y siento que mi vida ha mejorado. “Yo no pienso que soy mejor que los demás porque asisto. Te lo puedo recomendar, pero si no quieres no vengas. Es tu decisión.” No me agradan los religiosos que se creen superiores a los no religiosos.”   

“Lo único que considero es que el mensaje consumista y carrerista está causando mucho malestar en mi generación. El otro tema es que vivimos para mostrar, no para vivir. Por eso trato de limitar las redes al máximo. Es puro show, y una competencia de quien está disfrutando más la vida. La paz interior y felicidad no se consiguen a punta de likes, así como subir fotos con tu pareja todo el tiempo no fortalece una relación. Si no, las parejas que más fotos comparten serían las más unidades, y generalmente no es así.” agregó Rodrigo.   

No digo que la religión sea la única respuesta para vivir una mejor vida. Cada quien tiene que encontrar la paz a su propio modo. Lo que no deben hacer es guiarse por lo que hace la mayoría a su alrededor. Y si ese pensamiento me hace anti-establecimiento entonces lo soy.  

 

  

 

 

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